domingo, 13 de marzo de 2011

VENTA MARINA

Banksy


Antonio Redondo Moreno nació en Venta Marina, aunque hoy casi nadie lo recuerda. Entre corrales de piedra seca, ganado, balidos, tierra dura y quizás algún desprecio, supongo que ansiaba al mar. Por aquella senda que lo vio nacer, la gente transitaba hacia un horizonte salado y prometedor que nunca vivió, pues terminó pastoreando en secanos y sierras. Creo que no conoció el amor... con su sombrero verde de fieltro, palillo de dientes entre los labios y manos curtidas de trabajar el esparto, pasó su vida solo entre la bebida, el delirio y los animales. Su familia, apodada "Los Confites", distaba leguas de la dulcura. Antonio vivía la lejanía, la imposible amnesia del dolor y la esperanza de la lotería, que dos veces le tocó. Con su dinero debajo del colchón, dormía en el cuartucho al lado del tonel de vinagre, fumaba para expulsar sus malos humos y un día adquirió una televión con mando a distancia.
Antonio nunca amó...dicen que tuvo una vez una novia de Albuñuelas, pero creo que nunca amó...aunque quizá vivió siempre desde el corazón. Desconozco su comunión interior, la melancolía infinita de su mirada, no atesoró famila y nadie lo añora.
Hoy lo recordé, justo hoy hace diez años que falleció y hoy pasé por los corrales de Venta Marina. Antonio me hizo el regalo de poner nombre a mi esencia femenina. Desde pequeña, entre los patios empedrados de la casona familiar, me veía aparecer y decía: "Ya viene la leona", haciendo referencia a mi melena dorada y brío infantil. Nunca me gustó aquel apelativo, aunque ahora he descubierto que puso nombre a la mujer salvaje que habita en mi, que cada día reconozco con más gusto y dejo aflorar con fuerza impulsando mi vida. Desconozco cómo llegaron estas ideas, quizá era el momento de que Antonio dejara una huella de su existencia, o que un paseo por Venta Marina me conectara con las mujeres que en mi habitan.


Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.

Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.

Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.

A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.

Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.

Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.

Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.

La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante
.

PABLO NERUDA