Respira María, respira...ahora me pregunto ¿sigo respirando? ¿moviendo armónicamente el diafragma hacia arriba...hacia abajo?...todo como una cadencia musical continua y única que me enlaza con el inconsciente. Entonces abro los ojos y siento los objetos colindantes...el tic tac del reloj azul, el calor de Frida al costado, mis estrellas doradas, la rosa del desierto y cuadros de segunda comprados por caridad...¿qué significáis? ¿dónde está la verdad del día más allá del aluvión de pensamiento pseudocívico? Educación malformada (cuando lo que quieres es ahogar, comer, copular, jadear de forma humana que no es otra cosa que animal...) una sonrisa para conquistar un mundo en continua impermanencia, que se escurre por la palma de tus manos aunque aprietes bien los dedos. Recuerdo cuando iba con mi abuelo al manantial de la Isla, allí aprendí a unir bien mis manos, llenarlas de agua y beber rápido mientras se escapaban como hilos de parca. Agua que se escapa como hilo de parca y que nunca sabemos dónde fue a germinar, a crecer, a alimentar. Más, si soy capaz de detener el volcán interior destructivo-creador de porción divina ¿qué germinaré, que alimentaré, que crecerá? Hace un tiempo, leí de unos organismo marinos que, una vez encuentran un sitio donde reposar devoran su minúsculo cerebro y se convierten en un gran tubo digestivo...
Como la reina de espadas invertida, la confianza tiembla y la mujer se queda tiritando bajo su fina túnica esperando -únicamente- el abrazo del futuro más prometedor.
Lo que pueda contaros…
Lo que pueda contaros
es todo lo que sé desde el dolor
y eso nunca se inventa.
Porque llegar aquí fue una larga sentina,
un extraño viaje,
una curva de sangre sobre el río,
mientras todo era un grito
y ya se perfilaba resuelto en latigazos
el crepúsculo.
Las historias se cuentan con los ojos del frío
y algún sabor a sal y paso a paso
-lengua y camino-
porque la sangre se nos va despacio,
sin borbotón apenas,
desmadejadamente por los labios.
Las historias se cuentan una vez y se pierden.
JAVIER EGEA
jueves, 29 de septiembre de 2011
domingo, 13 de marzo de 2011
VENTA MARINA
Banksy |
Antonio Redondo Moreno nació en Venta Marina, aunque hoy casi nadie lo recuerda. Entre corrales de piedra seca, ganado, balidos, tierra dura y quizás algún desprecio, supongo que ansiaba al mar. Por aquella senda que lo vio nacer, la gente transitaba hacia un horizonte salado y prometedor que nunca vivió, pues terminó pastoreando en secanos y sierras. Creo que no conoció el amor... con su sombrero verde de fieltro, palillo de dientes entre los labios y manos curtidas de trabajar el esparto, pasó su vida solo entre la bebida, el delirio y los animales. Su familia, apodada "Los Confites", distaba leguas de la dulcura. Antonio vivía la lejanía, la imposible amnesia del dolor y la esperanza de la lotería, que dos veces le tocó. Con su dinero debajo del colchón, dormía en el cuartucho al lado del tonel de vinagre, fumaba para expulsar sus malos humos y un día adquirió una televión con mando a distancia.
Antonio nunca amó...dicen que tuvo una vez una novia de Albuñuelas, pero creo que nunca amó...aunque quizá vivió siempre desde el corazón. Desconozco su comunión interior, la melancolía infinita de su mirada, no atesoró famila y nadie lo añora.
Hoy lo recordé, justo hoy hace diez años que falleció y hoy pasé por los corrales de Venta Marina. Antonio me hizo el regalo de poner nombre a mi esencia femenina. Desde pequeña, entre los patios empedrados de la casona familiar, me veía aparecer y decía: "Ya viene la leona", haciendo referencia a mi melena dorada y brío infantil. Nunca me gustó aquel apelativo, aunque ahora he descubierto que puso nombre a la mujer salvaje que habita en mi, que cada día reconozco con más gusto y dejo aflorar con fuerza impulsando mi vida. Desconozco cómo llegaron estas ideas, quizá era el momento de que Antonio dejara una huella de su existencia, o que un paseo por Venta Marina me conectara con las mujeres que en mi habitan.
Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.
A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.
Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.
Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
Yo veo, solo, a veces,
ataúdes a vela
zarpar con difuntos pálidos, con mujeres de trenzas muertas,
con panaderos blancos como ángeles,
con niñas pensativas casadas con notarios,
ataúdes subiendo el río vertical de los muertos,
el río morado,
hacia arriba, con las velas hinchadas por el sonido de la muerte,
hinchadas por el sonido silencioso de la muerte.
A lo sonoro llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.
Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas,
de violetas acostumbradas a la tierra,
porque la cara de la muerte es verde,
y la mirada de la muerte es verde,
con la aguda humedad de una hoja de violeta
y su grave color de invierno exasperado.
Pero la muerte va también por el mundo vestida de escoba,
lame el suelo buscando difuntos;
la muerte está en la escoba,
en la lengua de la muerte buscando muertos,
es la aguja de la muerte buscando hilo.
La muerte está en los catres:
en los colchones lentos, en las frazadas negras
vive tendida, y de repente sopla:
sopla un sonido oscuro que hincha sábanas,
y hay camas navegando a un puerto
en donde está esperando, vestida de almirante.
PABLO NERUDA
miércoles, 2 de febrero de 2011
Hoy lloré por no olvidar
Sobre sus hombros me alcé para ver con más claridad que un día salí de su vientre, madre de madre, vida envejecida y tierna. Hoy mi esencia amada lloraba por la pérdida, por el ruido de su casa, ese que se fue y la dejó tan sola...vio como sus pilares fallecieron, como sus ideas quedaron trasnochadas, sus agujas de hacer punto enredadas en la maraña infinita...y sus hijos huidos y algunos en el infierno. Hoy lloraba como un torrente intermitente, entre nerviosa y abstraida...y yo lloraba por solidaridad y dolor contagiado. Sigo preguntándome dónde va la vida cuando se ha vivido y pasado. La memoria de Aurora se ha vuelto anochecer, y mientras, ella llora por las esquinas buscando esconder su desconsuelo. ¿Qué te hace tanto daño abuela? ¿Las promesas que no se cumplieron? ¿El silencio o la indiferencia? Creo que una mujer está cansada de vivir siempre al borde de la vida.
Mina 1004
Arder, yo vi a mi abuela arder.
Agosto. Chihuahua, 1956. Ella ardió,
su fuera y su dentro, ardió en la calle Mina 1004.
Vi a mi padre envolverla en una sábana, el colchón ardía;
las cortinas, la alfombra, su vestido
ennegrecieron. Todo lo recogió.
“No hagan ruido, su madre está cansada”.
Lo vi salir de luto esa tarde de agosto con su corbata negra.
La recogió. Ceniza y llanto recogió.
El humo de la abuela en el zaguán, las tías
sorbiendo ásperos los grumos del café.
Había que borrar lo oscuro que dolía,
disolver la sal, el llanto,
abrazarse y sofocar el temblor del viaje.
Escuchar a Paul Anka y en la falta de pulso
rayar el disco de 45 revoluciones por minuto.
Por instantes vivía, por instantes
todo fue púrpura: ella, el
cansancio, las frondas de los álamos. Después
el vidrio, el vidrio en el cedro,
el rostro quemado bajo el humo.
Ella, mi madre, también ardió. En lágrimas su sonrisa apagada:
“Arréglame el pelo, me dijo, déjame salir
a ver si ya está seca la ropa”.
Tuve miedo. De que sus pasos lentos no volvieran, de la tersura
de la hoja, del sigiloso carcomer,
del reseco peso de la hiedra, ya sin muro, del
florero en la cocina, sin flores. De ese cuarto ciego con su muerte tuve miedo.
De mí misma y el filtrarse del viento
que se llevaba el polvo de los sicomoros.
JEANNETTE CLARIOND
Mina 1004
Arder, yo vi a mi abuela arder.
Agosto. Chihuahua, 1956. Ella ardió,
su fuera y su dentro, ardió en la calle Mina 1004.
Vi a mi padre envolverla en una sábana, el colchón ardía;
las cortinas, la alfombra, su vestido
ennegrecieron. Todo lo recogió.
“No hagan ruido, su madre está cansada”.
Lo vi salir de luto esa tarde de agosto con su corbata negra.
La recogió. Ceniza y llanto recogió.
El humo de la abuela en el zaguán, las tías
sorbiendo ásperos los grumos del café.
Había que borrar lo oscuro que dolía,
disolver la sal, el llanto,
abrazarse y sofocar el temblor del viaje.
Escuchar a Paul Anka y en la falta de pulso
rayar el disco de 45 revoluciones por minuto.
Por instantes vivía, por instantes
todo fue púrpura: ella, el
cansancio, las frondas de los álamos. Después
el vidrio, el vidrio en el cedro,
el rostro quemado bajo el humo.
Ella, mi madre, también ardió. En lágrimas su sonrisa apagada:
“Arréglame el pelo, me dijo, déjame salir
a ver si ya está seca la ropa”.
Tuve miedo. De que sus pasos lentos no volvieran, de la tersura
de la hoja, del sigiloso carcomer,
del reseco peso de la hiedra, ya sin muro, del
florero en la cocina, sin flores. De ese cuarto ciego con su muerte tuve miedo.
De mí misma y el filtrarse del viento
que se llevaba el polvo de los sicomoros.
JEANNETTE CLARIOND
martes, 18 de enero de 2011
viernes, 14 de enero de 2011
Muerte memoria
¿Seré capaz en mi silencio de observar con ternura los pequeños detalles del camino? minúsculos acontecimientos diarios que se olvidan al día siguiente, para seguir la ruta más vacía. Aquello pasó y hoy parece que no existió...encuentros borrados, vida no vivida...
Las voces de la vecina Isabel que se extinguieron como la hoguera, el ladrido del perro que fue atropellado la mañana de abril, la primera caída del olivo, el segundo juego con mi hermana o un tercer bocado en los labios...la vigésimo quinta vez que hice el amor contigo, el primer día que recé en la capilla del monasterio profanado por los franceses... ¿a dónde se va la vida una vez que ha pasado?, ¿en que cajita se acoge mi memoria?, ¿dónde quedó aquel encuentro furtivo por los campos, la noche en vela antes del viaje, aquella injuria sufrida? Siento que fluyo a un no se dónde, dejando huellas en arena agitada por el viento. Cada mañana el despertar salino borra mis mil detalles infinitos y esenciales...tengo que seguir respirando.
Las voces de la vecina Isabel que se extinguieron como la hoguera, el ladrido del perro que fue atropellado la mañana de abril, la primera caída del olivo, el segundo juego con mi hermana o un tercer bocado en los labios...la vigésimo quinta vez que hice el amor contigo, el primer día que recé en la capilla del monasterio profanado por los franceses... ¿a dónde se va la vida una vez que ha pasado?, ¿en que cajita se acoge mi memoria?, ¿dónde quedó aquel encuentro furtivo por los campos, la noche en vela antes del viaje, aquella injuria sufrida? Siento que fluyo a un no se dónde, dejando huellas en arena agitada por el viento. Cada mañana el despertar salino borra mis mil detalles infinitos y esenciales...tengo que seguir respirando.
Sólo el amor
Para Leland H. Chambers
La angustia es siempre
indocumentada ave
que se aposenta
mirando ansioso a todas partes.
Sólo al mirarse de frente
en el trémulo pozo del alma
hasta embarrarse de luz
la médula del ser
brota un largo beso de sombras
permeado de ígneas ráfagas
que son alas de una gran emoción.
Comprendemos maravillados
que a fin de cuentas
por encima de todo
sólo el amor nos salva.
Denver, Colorado
24 de abril de 1988
Para Leland H. Chambers
La angustia es siempre
indocumentada ave
que se aposenta
mirando ansioso a todas partes.
Sólo al mirarse de frente
en el trémulo pozo del alma
hasta embarrarse de luz
la médula del ser
brota un largo beso de sombras
permeado de ígneas ráfagas
que son alas de una gran emoción.
Comprendemos maravillados
que a fin de cuentas
por encima de todo
sólo el amor nos salva.
Denver, Colorado
24 de abril de 1988
Richard Avedon |
Enrique Jaramillo Levi
viernes, 7 de enero de 2011
Del reconocimiento, la comunión y otros placeres simples
Simplemente cosas bellas que me ayudan a reconocerme, comulgar conmigo misma y disfrutar plácidamente de la simplicidad cotidiana. Poesía, música, ritmo, imagen, imaginación, color, fisis, arte, amor...y Dios en todo y en todos.
* Duo final de la última ópera de Monteverdi: L'incoronazione di Popea, interpretada por la joven y excepcional soprano catalana Nuria Rialt, junto con mi contratenor preferido Philipppe Jaroussky. Tremendamente hermoso.
* Duo final de la última ópera de Monteverdi: L'incoronazione di Popea, interpretada por la joven y excepcional soprano catalana Nuria Rialt, junto con mi contratenor preferido Philipppe Jaroussky. Tremendamente hermoso.
PUR TI MIRO
Pur ti godo,
pur ti stringo,
pur t’annodo.
Più non peno,
più non moro,
o mia vita,
o mio tesoro.
Io son tua,
tuo son io,
speme mia,
dillo dì,
tu sei pur
l’idol mio,
sì mio ben,
sì mio cor,
mia vita sì
Pur ti godo,
pur ti stringo,
pur t’annodo.
Più non peno,
più non moro,
o mia vita,
o mio tesoro.
Io son tua,
tuo son io,
speme mia,
dillo dì,
tu sei pur
l’idol mio,
sì mio ben,
sì mio cor,
mia vita sì
YA TE MIRO,
Ya te gozo,
Ya te estrecho,
Ya te abrazo.
Ya no peno,
Ya no muero,
Oh mi vida,
Oh mi tesoro.
Yo soy tuya,
Tuyo soy,
Mi esperanza,
Dilo, di,
Eres tú
Ídolo mío,
Si, mi bien,
Sí, corazón,Vida mía, sí.
Ya te gozo,
Ya te estrecho,
Ya te abrazo.
Ya no peno,
Ya no muero,
Oh mi vida,
Oh mi tesoro.
Yo soy tuya,
Tuyo soy,
Mi esperanza,
Dilo, di,
Eres tú
Ídolo mío,
Si, mi bien,
Sí, corazón,Vida mía, sí.
miércoles, 5 de enero de 2011
Lista útil para sobrellevar lo cotidiano.
Aún te quedan muchas cosas para sobrellevar lo cotidiano, me propongo crear una lista útil, que espero ampliar con el tiempo, para que tu corazón no se olvide y aprenda nuevos caminos:
1. En el armario de tu cocina permanece mi taza decorada con rosas damascenas. Puedes cogerla cada vez que gustes e intentar localizar donde se posaba mi boca al tomar el té matutino. Entonces tus rozarás la porcelana con tus labios y será como el que da un beso fugaz y robado.
2. Si cuando te metas en la ducha prestas atención, a mano derecha y sobre la mampara tienes mi champú y mi mascarilla de miel. De este modo, si abres el grifo y dejas que se forme vapor puedes cerrar tus ojos, abrir estos botes y recordar como era cuando te acercabas por detrás, y me dabas un beso mientras peinaba mi pelo recién lavado.
3. Otra opción es pensar que hace mucho frío en la calle, entonces puedes jugar a pasar la tarde en casa con la manta azul que usaba para cubrir mis piernas. Si la tomas y pones encima de las tuyas, seguro sentirás que fui a sentarme sobre tus muslos para contarte al oido y en voz baja un extraño secreto de mi primera infancia.
4. También puede resultarte útil echar por sistema mi ropa interior limpia, que está en uno de tus cajones, a la colada...así siempre creerás que la noche de antes me desnudé en la habitación contigua al salón, donde tú hacías como que trabajabas, mientras de reojo mirabas atento la escena vetada.
5. En ocasiones es bueno tomar la pequeña colección de fotos que vas atesorando en tu mesa, para recordar momentos y examinar cada gesto, detalle, semblante...puedes hasta centrarte en cada poro de la piel ajena...eso ayuda, sobre todo si mientras lo haces suena Palestrina, Victoria o Monteverdi.
6. Pero si la cosa se pone fea, tiendete en la cama, toma mi almohada, abrázala, huelela y préstale el calor que ahora le falta...no dejes que la humedad de Támesis cause olvidos y lagunas insustituibles...recuerda las caricias, los amaneceres y las plácidas conversaciones. Recuerda lo que quieras, pero recuerda.
Tu me manques beaucoup.
1. En el armario de tu cocina permanece mi taza decorada con rosas damascenas. Puedes cogerla cada vez que gustes e intentar localizar donde se posaba mi boca al tomar el té matutino. Entonces tus rozarás la porcelana con tus labios y será como el que da un beso fugaz y robado.
2. Si cuando te metas en la ducha prestas atención, a mano derecha y sobre la mampara tienes mi champú y mi mascarilla de miel. De este modo, si abres el grifo y dejas que se forme vapor puedes cerrar tus ojos, abrir estos botes y recordar como era cuando te acercabas por detrás, y me dabas un beso mientras peinaba mi pelo recién lavado.
3. Otra opción es pensar que hace mucho frío en la calle, entonces puedes jugar a pasar la tarde en casa con la manta azul que usaba para cubrir mis piernas. Si la tomas y pones encima de las tuyas, seguro sentirás que fui a sentarme sobre tus muslos para contarte al oido y en voz baja un extraño secreto de mi primera infancia.
4. También puede resultarte útil echar por sistema mi ropa interior limpia, que está en uno de tus cajones, a la colada...así siempre creerás que la noche de antes me desnudé en la habitación contigua al salón, donde tú hacías como que trabajabas, mientras de reojo mirabas atento la escena vetada.
5. En ocasiones es bueno tomar la pequeña colección de fotos que vas atesorando en tu mesa, para recordar momentos y examinar cada gesto, detalle, semblante...puedes hasta centrarte en cada poro de la piel ajena...eso ayuda, sobre todo si mientras lo haces suena Palestrina, Victoria o Monteverdi.
6. Pero si la cosa se pone fea, tiendete en la cama, toma mi almohada, abrázala, huelela y préstale el calor que ahora le falta...no dejes que la humedad de Támesis cause olvidos y lagunas insustituibles...recuerda las caricias, los amaneceres y las plácidas conversaciones. Recuerda lo que quieras, pero recuerda.
Tu me manques beaucoup.
Confesiones
Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.
Luis García Montero
¿Quién eres tú?
Se deshizo la luz,
equivocó su horario por dejarte desnuda,
desdibujó tus ojos mientras me sonreías.
Mientras me sonreías
vi una sombra inclinada desvestirse,
abrir la cremallera despacio del silencio,
dejar sobre la alfombra
la civilización.
Y tu cuerpo se hizo dorado y transitable,
feliz como un presagio que nos enfurecía.
Que nos enfurecía.
Solamente nosotros
(camaradas
de una cama ruidosa) y el deseo,
ese difícil viaje de ida y vuelta,
que ahora insiste y me empuja a recordarte
alegre, levantada,
un relámpago abierto entre los ojos,
recogiendo tu falda de joven colegial.
Mientras me sonreías,
yo me quedé dormido
en las manos de un sueño que no puedo contarte.
Yo te estaba esperando.
Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,
de la letra sin pulso y el verano
de mi primera carta,
por los pasillos lentos y el examen,
a través de los libros, de las tardes de fútbol,
de la flor que no quiso convertirse en almohada,
más allá del muchacho obligado a la luna,
por debajo de todo lo que amé,
yo te estaba esperando.
Yo te estoy esperando.
Por detrás de las noches y las calles,
de las hojas pisadas
y de las obras públicas
y de los comentarios de la gente,
por encima de todo lo que soy,
de algunos restaurantes a los que ya no vamos,
con más prisa que el tiempo que me huye,
más cerca de la luz y de la tierra,
yo te estoy esperando.
Y seguiré esperando.
Como los amarillos del otoño,
todavía palabra de amor ante el silencio,
cuando la piel se apague,
cuando el amor se abrace con la muerte
y se pongan mas serias nuestras fotografías,
sobre el acantilado del recuerdo,
después que mi memoria se convierta en arena,
por detrás de la última mentira,
yo seguiré esperando.
Luis García Montero
¿Quién eres tú?
Se deshizo la luz,
equivocó su horario por dejarte desnuda,
desdibujó tus ojos mientras me sonreías.
Mientras me sonreías
vi una sombra inclinada desvestirse,
abrir la cremallera despacio del silencio,
dejar sobre la alfombra
la civilización.
Y tu cuerpo se hizo dorado y transitable,
feliz como un presagio que nos enfurecía.
Que nos enfurecía.
Solamente nosotros
(camaradas
de una cama ruidosa) y el deseo,
ese difícil viaje de ida y vuelta,
que ahora insiste y me empuja a recordarte
alegre, levantada,
un relámpago abierto entre los ojos,
recogiendo tu falda de joven colegial.
Mientras me sonreías,
yo me quedé dormido
en las manos de un sueño que no puedo contarte.
Amantes de Mantua. Sepultura neolítica en la que se encontraron dos esqueletos abrazados |
Luis García Montero
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