Hace unas semanas, tal vez un mes, así como de improviso, tuve la fortuna de descubrir a un nuevo poeta, JAVIER EGEA (Granada, 1952-1999). Dejándome llevar por la curiosidad metí su nombre en Google y leí un poco de su vida, bastante trágica por cierto. Acceder a su obra era más dificil, sus libros quedaban un poco fuera de mi alcance en este encierro que vivo los últimos meses, y en mis bibliotecas cercanas no estaban. Obras como "Serena luz del viento", "A boca de parir", "Troppo Mare" o "Paseo de los Tristes". Las críticas hacia este autor bastante considerado en el ámbito granadino, pero desconocido para el resto, eran excepcionales, así que como hago muchas veces, decidí confiar en que de algún modo su creación llegaría a mí.
Ayer fui a la librería, con la intención de comprar otra obra y pararme poco, ¿pero quién se resiste a las estanterías llenas de libros, de colores, de historias, de olor a papel nuevo? y allí de golpe me topé con "Paseo de los Tristes" de Javier Egea, en una edición bastante cuidada y bonita, a la que no me pude resistir. Apenas lo abrí, apenas lo leí, pues desde el primer momento supe que el libro se venía conmigo.
Anoche, después de una tertulia animada con gente estupenda, y mientras esperaba a una gran amiga me fui a la Plaza de las Pasiegas, me senté en uno de los escalones que hay enfrente de la fachada catedralicia, recordé el último helado que hace un mes me tomé allí mismo con alguien muy especial y abrí mí libro de Egea. Decía los siguiente:
SOBRE EL PAPEL
Scripto iaze esto, sepades, non vos miento
Gonzalo de Berceo
Quizá te extrañe
-aunque sea coherente para mí-
esta forma de hacerte llegar mis pensamientos,
estas palabras torpes escritas al tirón,
en vez de aquella charla que debimos tener
de tú a tú, entre gentes que debieran quererse.
Pero cuando tú estás, cuando estás frente a mí,
no consigo saber articular
esas piezas extrañas y sin embargo nuestras,
ese puzzle de vasta soledad donde vivimos.
Después de varios años
durante los que fuiste el mapa señalado,
el pequeño horizonte, el cuerpo en llamaradas,
la diminuta y bella revolución
o acaso el sueño que me hizo avanzar,
es cansado y difícil
soportar la consciencia de que nunca se llega.
Es posible que pienses
que quizá con el tiempo te pude idealizar
-nadie está libre de él: el inconsciente ese
de clase tanto tiempo dominadora y sola-,
pero debes saber que ahora no es así,
ahora ya sé quién eres:
una enorme mujer
con los mismo problemas que yo, que él, que todos,
lo que entiendo y respeto.
Ahora ya no me lleva hacia ti
ningún aire de posesión o cosa semejante
sino un hermoso amor,
un infinito y desdichado amor.
Ahora quiero que sepas -aunque sea por escrito-
que ya sólo pretendo desde cualquier distancia
que te sientas más libre de cárcel o de abrazo
y me cuentes a veces -si es posible-
algo de ti.
Sé que la soledad
no se agota en tus labios ni en los míos
y que la vida es dura,
trágicamente seria.
Sé que no llegaremos donde tú y yo soñamos,
que la muerte nos une y sin embargo
ahí está el camino:
hermoso y miserable como un torno desnudo,
como un largo relato de amor y explotación.
Hay que avanzar, hay que avanzar.
Pero es necesario
sentir un cuerpo aquí junto al costado.
Ya sé por qué razón
yo quise siempre, siempre, trabajar junto a ti.
Con mi mejor amor, Javier Egea.
P.D. Bueno, quizás ahora entendáis por qué estoy tan contenta con este libro.